La guardería de los artistas
Una academia del casco enseña a hacer manualidades con arcillas de colores
ALBA BLANCO (La Opinión)
Un dragón, broches, pendientes, capuchinos de Semana Santa, bolas de
Navidad o incluso una pamela para la popular fiesta de Tejina decorada
con los motivos típicos de este pueblo lagunero. Cualquier cosa puede
fabricarse con las manos gracias a Jumping Clay, una academia de
manualidades ubicada en el casco de La Laguna en la que mayores y sobre
todo niños aprenden a modelar plastilinas de colores.
Jumping Clay,
que significa arcilla que bota, es el nombre del material que se utiliza
en este taller para dar rienda suelta a la creatividad. Creado en 1993
en Corea, Jumping Clay motivó el nacimiento de una franquicia que llegó a
La Laguna hace cuatro meses de la mano de David Sánchez, un antiguo
peluquero con más de 30 años de experiencia que, cansado de su
profesión, viajó a Madrid en busca de ideas para su nuevo negocio y
descubrió esta cadena que existe también en la capital chicharrera desde
hace dos años. "Nada más descubrirlo lo tuve claro, porque me llamó
mucho la atención el colorido, que se trata de un trabajo manual y que
fomenta la creatividad", explicó Sánchez.
Desde entonces, esta
academia ubicada en la calle San Agustín imparte cursos a diario con
tres monitores y un máximo de diez niños de entre cuatro y 12 años. Las
clases duran una hora y tienen un coste de 28 euros para el bono mensual
de una clase por semana. Además se dan talleres monográficos los
viernes, sábados y domingos por un precio de ocho euros la hora y clases
extraescolares en colegios y centros educativos.
Esta arcilla de
plástico tiene la particularidad de estar hecha a base de agua, de
manera que no es tóxica, se seca al aire, no mancha, es suave al tacto,
no se cuartea y bota. Jumping Clay se fabrica en ocho colores, que los
niños aprenden a mezclar durante las clases para obtener el resto de los
tonos. Además, los alumnos descubren cómo manipular esta especie de
plastilina para conseguir unas figuras básicas que les permiten
construir posteriormente cualquier objeto. Según Sánchez, "lo mejor es
que los niños se llevan a casa sus propias figuras y las pueden
conservar para siempre porque no se deterioran".
El secreto de
Jumping Clay está, no solo en la facilidad que ofrece el material para
ser manipulado y lo llamativos que resultan sus colores, sino en que
tiene efectos terapéuticos, ya que promueve la relajación, la
creatividad, la concentración, la autoestima y el gusto por el arte
tanto en mayores como en pequeños, ya que los talleres también son aptos
para adultos.
"Nuestro próximo objetivo es hacer clases
especializadas para niños de dos años, para que puedan desarrollar la
psicomotricidad", explica el propietario de la academia y añade que
"hemos organizado cursos familiares para madres con sus hijos que han
sido un éxito, como el del Día de la Mujer Trabajadora, en el que
tuvieron que hacer broches con sus propias caras".
Jumping Clay no
es solo una academia. Muchas veces sirve como una pequeña guardería en
la que los padres dejan a sus hijos para que aprendan y pasen un buen
rato mientras ellos están ocupados. De hecho, en Semana Santa, cuando
los colegios permanecieron cerrados en días laborables, la franquicia
ofertó cursos extra para los padres que no podían hacerse cargo de los
niños. "Construyen lo que les proponemos y mientras, les ponemos
películas, bailamos, cantamos o les enseñamos cosas sobre el tema que
estemos tratando", indica el dueño.
Una vez que los niños han
recibido de dos a tres clases, suelen comprar la arcilla –que cuesta
2,30 euros por 50 gramos– para fabricar sus creaciones en casa. También
se venden paquetes con varios colores y un manual de instrucciones para
construir una figura determinada. "La mayoría de los alumnos repiten y
acaban haciendo objetos maravillosos que se inventan ellos solos",
concluye Sánchez.
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