La Playa de Las Teresitas cumple cuatro décadas desde que se trajo del Sáhara la fina tierra blanca. Costó 50 millones de pesetas y tuvo que reponerse en 2008
ALBA BLANCO (Santa Cruz de Tenerife)
La Playa de Las Teresitas cumple este año cuatro décadas como la costa
artificial más grande de Tenerife. Desde que en 1973 la arena negra
original se reemplazara por tierra importada del desierto del Sáhara, la
única playa de la capital se ha convertido en la más concurrida de la
Isla, mientras que los vecinos de San Andrés añoran la costa natural que
bañaba el pueblo hasta hace 40 años.
En 1973, esta playa, situada en el margen izquierdo del Barranco de San Andrés y formada por bancos de arena negras y depósitos litorales de cantos rodados fue objeto de una regeneración profunda consistente en el vertido y explanación sobre el sustrato existente de varios miles de toneladas de arena procedente del antiguo Sáhara español, y en la construcción de dos espigones laterales y una escollera con objeto de preservar la conservación de la nueva tierra.
Hasta su transformación, la Playa de Las Teresitas estaba dividida en tres partes bien diferenciadas que poseían nombres distintos. La primera y más próxima a San Andrés era conocida como Tras la Arena, donde los vecinos solían bañarse y organizar merendolas al atardecer. La segunda, Los Moros, estaba en medio y tomaba su nombre de un grupo de marroquíes que se asentaron en la zona. Por último estaba la parte localizada en el Barranco de Las Teresas. De ahí tomó la playa su nombre actual tras la remodelación.
La antigua costa de Las Teresitas apenas tenía una pequeña zona de arena negra. El resto era de piedra, sobre la que se aposentaban los bañistas. "Era una playa muy peligrosa, porque el agua golpeaba con mucha fuerza y cuando había pleamar las olas llegaban hasta el final y rompían contra las piedras", recuerda Antonio López, quien asegura que "incluso llegó a morir gente".
López es propietario del quiosco Sara, situado en la playa en la actualidad. Su madre ya regentaba allí un pequeño puesto de madera de 30 metros cuadrados ocho años antes de que se llevase a cabo la transformación de la costa. "Vendía sardinas fritas que compraba a los pescadores de San Andrés cuando regresaban de su faena", evoca el empresario, para añadir que "una vez que se trajo la arena nueva ya se pusieron los quioscos que tenemos ahora".
Antonio López, a diferencia del resto de vecinos, considera que "aunque ya no es natural, la playa está mucho mejor ahora". "Las Teresitas es desde 1973 una de las playas más bonitas de la Isla", considera. En aquella época, esta zona de baño no era frecuentada por turistas y apenas por santacruceros, como ocurre en la actualidad. Por entonces, un pequeño camino en la montaña que conducía a Igueste de San Andrés era el medio de acceso por el que llegaban a pie los bañistas hasta la orilla. "En medio de la playa había un balneario privado que pertenecía a una familia belga", cuenta Eustasio Melián, vecino del pueblo.
La fuerza del agua y el viento que siempre ha caracterizado a Las Teresitas –dada la orientación y ubicación de esta playa– hacían de la costa de San Andrés un lugar propicio para el surf por aquellos años. Según Melián, "los vecinos venían con tablones de madera y se lanzaban al agua a coger olas". "Era muy divertido", asegura.
La escasa arena negra de origen volcánico de la que se componía esta costa chicharrera a mediados del siglo pasado fue desapareciendo a medida que las empresas constructoras de la ciudad se abastecían de ella para obtener su material. Esto, unido a que la construcción del Puerto de Santa Cruz hizo desaparecer las antiguas playas de Ruiz, San Antonio y Los Melones, llevó al Ayuntamiento capitalino a plantearse en 1953 la construcción de una playa artificial en San Andrés, ya que la zona de baño ofrecía la posibilidad de ser transformada, dada su gran extensión.
En 1961, el Ministerio de la Vivienda aprobó el Plan de Ordenación del barrio de San Andrés y su costa. Los ingenieros Pompeyo Alonso y Miguel Pintor diseñaron la nueva playa en un proyecto que quedó aprobado por el Ayuntamiento en junio de 1965, y dos años más tarde una Orden Ministerial autorizó las obras.
La transformación de la zona suponía ensanchar la parte arenosa hasta los 80 metros, por lo que el mar ganó terreno sobre el litoral, lo que supuso la expropiación de decenas de fincas ubicadas frente a la playa, gracias a las que subsistían familias enteras en San Andrés.
Francisca Melián recuerda que "la agricultura era la principal fuente de riqueza en el pueblo, por encima de la pesca". "Se arrojaron muchas lágrimas con la transformación de la playa", asegura Melián. Según esta vecina, "de las huertas anexas a Las Teresitas se obtenían unos plátanos, mangos, tomates y aguacates exquisitos".
La fuerza que el mar alcanza en esta zona obligó a construir un escalón de corte dentro del mar y un dique rompeolas para reducir el peligro que suponía para los bañistas y evitar que el agua arrastrara la nueva arena blanca. La obra de la escollera, de un kilómetro de longitud y emplazada a 150 metros de la orilla, se realizó en 1968.
Al Ayuntamiento de Santa Cruz le salía demasiado caro cubrir el casi kilómetro y medio de longitud que adquirió la nueva playa con el tipo de arena volcánica que había hasta entonces, dado el elevado coste de esta por su escasez. Para regenerar y acondicionar la zona, resultaba más económico importar la tierra del desierto del Sáhara Occidental –que entonces era colonia española–, por lo que el consistorio chicharrero decidió comprar arena blanca de la zona saharaui de El Aaiún.
El traslado
En 1971, el Ayuntamiento solicitó al Banco de Crédito Local 50 millones de pesetas para adquirir el material. Se anunció entonces que un total de 150.000 metros cúbicos de arena (270.000 toneladas aproximadamente) llegarían en breve a Las Teresitas. En total, se transportaron cinco millones de sacos de arena rubia a bordo del barco Gopegui, de la compañía Fosfatos de Bucraa. Los trabajos de vertido sobre la playa se realizaron durante los seis primeros meses de 1973.
Finalmente, el 15 de junio de ese mismo año, la Playa de Las Teresitas se abrió al público. "Al principio, la gente tenía miedo de pisar la arena nueva, porque en ella había escorpiones, hormigas rojas, cigarrones y alacranes, que los niños ponían en las cañas de pescar y con ellos asustaban a la gente", apunta Francisca Melián, vecina de San Andrés. Según afirma, "el pueblo nunca ha aceptado la transformación que se hizo de la playa, porque la original era preciosa y natural, pero nuestras opiniones nunca se tuvieron en cuenta".
El acantilado que rodeaba la costa hasta hace 40 años resguardaba la playa del viento de Las Teresitas que tanto critican los chicharreros en la actualidad. Sin embargo, la expansión de la costa implicó recortar el barranco, de manera que las corrientes soplan ahora aún con más fuerza que antes. Esto implica que, a pesar de que la escollera minimiza la acción del oleaje y con ello aminora la movilidad de los arenales, el viento levanta y arrastra muy frecuentemente los granos adentrándolos hacia el mar. Al impedir la escollera y los espigones que la fuerza del mar devuelva la arena a la zona de tierra firme, el escalón sumergido en el agua va alcanzando paulatinamente el nivel de la orilla, de manera que la cantidad de arena blanca en el espacio seco de la playa va mermando paulatinamente.
El problema
Este problema podría haberse evitado si se hubiese apostado por un tipo de arena de grano más grueso, ya que en ese caso se habría minimizado e incluso anulado la influencia del viento en la dinámica de estos arenales. La tierra negra original de Las Teresitas era de un grano mucho mayor que el actual y estaba integrada por minerales más pesados que los vertidos posteriormente en su superficie –cuarzo, anortita, calcita, sericita y hematites–, por lo que resistían mejor a la acción del viento.
Cuando en 1973 el Ayuntamiento de Santa Cruz decidió apostar por la arena del Sáhara para cubrir Las Teresitas –más atractiva para el turismo y para su uso lúdico–, los responsables ya sabían que este tipo de tierra no posee el suficiente peso como para resistir a las corrientes. Sin embargo, a la hora de elegir el nuevo sustrato primaron las razones económicas, dado el elevado coste de la arena negra respecto de la tierra de El Aaiún.
Así lo reconoció el entonces alcalde, De Loño Pérez, quien declaró: "Siento no disponer de medios taumatúrgicos para poder dotar a la playa de la arena que requiere y hemos de conformarnos con las posibilidades que tenemos y aceptar los inconvenientes, ajenos a los deseos del Ayuntamiento".
La acción de la lluvia en la movilidad de estos arenales es prácticamente nula, puesto que las precipitaciones en la zona de San Andrés son muy escasas y débiles. Sin embargo, otro factor condicionante es la acción humana. Se trata de una playa muy concurrida durante todo el año donde existe una continuada acción de limpieza y explanación de las arenas superficiales por parte de los operarios del Ayuntamiento de Santa Cruz, mediante palas mecánicas niveladoras que recubren con la tierra existente aquellas zonas donde empieza a aflorar el sustrato anterior, pero sin realizar nuevos aportes arenosos a la playa. Como consecuencia, Las Teresitas va perdiendo arena día a día desde que se llevara a cabo el recubrimiento de la playa en el año 73.
En 1973, esta playa, situada en el margen izquierdo del Barranco de San Andrés y formada por bancos de arena negras y depósitos litorales de cantos rodados fue objeto de una regeneración profunda consistente en el vertido y explanación sobre el sustrato existente de varios miles de toneladas de arena procedente del antiguo Sáhara español, y en la construcción de dos espigones laterales y una escollera con objeto de preservar la conservación de la nueva tierra.
Hasta su transformación, la Playa de Las Teresitas estaba dividida en tres partes bien diferenciadas que poseían nombres distintos. La primera y más próxima a San Andrés era conocida como Tras la Arena, donde los vecinos solían bañarse y organizar merendolas al atardecer. La segunda, Los Moros, estaba en medio y tomaba su nombre de un grupo de marroquíes que se asentaron en la zona. Por último estaba la parte localizada en el Barranco de Las Teresas. De ahí tomó la playa su nombre actual tras la remodelación.
La antigua costa de Las Teresitas apenas tenía una pequeña zona de arena negra. El resto era de piedra, sobre la que se aposentaban los bañistas. "Era una playa muy peligrosa, porque el agua golpeaba con mucha fuerza y cuando había pleamar las olas llegaban hasta el final y rompían contra las piedras", recuerda Antonio López, quien asegura que "incluso llegó a morir gente".
López es propietario del quiosco Sara, situado en la playa en la actualidad. Su madre ya regentaba allí un pequeño puesto de madera de 30 metros cuadrados ocho años antes de que se llevase a cabo la transformación de la costa. "Vendía sardinas fritas que compraba a los pescadores de San Andrés cuando regresaban de su faena", evoca el empresario, para añadir que "una vez que se trajo la arena nueva ya se pusieron los quioscos que tenemos ahora".
Antonio López, a diferencia del resto de vecinos, considera que "aunque ya no es natural, la playa está mucho mejor ahora". "Las Teresitas es desde 1973 una de las playas más bonitas de la Isla", considera. En aquella época, esta zona de baño no era frecuentada por turistas y apenas por santacruceros, como ocurre en la actualidad. Por entonces, un pequeño camino en la montaña que conducía a Igueste de San Andrés era el medio de acceso por el que llegaban a pie los bañistas hasta la orilla. "En medio de la playa había un balneario privado que pertenecía a una familia belga", cuenta Eustasio Melián, vecino del pueblo.
La fuerza del agua y el viento que siempre ha caracterizado a Las Teresitas –dada la orientación y ubicación de esta playa– hacían de la costa de San Andrés un lugar propicio para el surf por aquellos años. Según Melián, "los vecinos venían con tablones de madera y se lanzaban al agua a coger olas". "Era muy divertido", asegura.
La escasa arena negra de origen volcánico de la que se componía esta costa chicharrera a mediados del siglo pasado fue desapareciendo a medida que las empresas constructoras de la ciudad se abastecían de ella para obtener su material. Esto, unido a que la construcción del Puerto de Santa Cruz hizo desaparecer las antiguas playas de Ruiz, San Antonio y Los Melones, llevó al Ayuntamiento capitalino a plantearse en 1953 la construcción de una playa artificial en San Andrés, ya que la zona de baño ofrecía la posibilidad de ser transformada, dada su gran extensión.
En 1961, el Ministerio de la Vivienda aprobó el Plan de Ordenación del barrio de San Andrés y su costa. Los ingenieros Pompeyo Alonso y Miguel Pintor diseñaron la nueva playa en un proyecto que quedó aprobado por el Ayuntamiento en junio de 1965, y dos años más tarde una Orden Ministerial autorizó las obras.
La transformación de la zona suponía ensanchar la parte arenosa hasta los 80 metros, por lo que el mar ganó terreno sobre el litoral, lo que supuso la expropiación de decenas de fincas ubicadas frente a la playa, gracias a las que subsistían familias enteras en San Andrés.
Francisca Melián recuerda que "la agricultura era la principal fuente de riqueza en el pueblo, por encima de la pesca". "Se arrojaron muchas lágrimas con la transformación de la playa", asegura Melián. Según esta vecina, "de las huertas anexas a Las Teresitas se obtenían unos plátanos, mangos, tomates y aguacates exquisitos".
La fuerza que el mar alcanza en esta zona obligó a construir un escalón de corte dentro del mar y un dique rompeolas para reducir el peligro que suponía para los bañistas y evitar que el agua arrastrara la nueva arena blanca. La obra de la escollera, de un kilómetro de longitud y emplazada a 150 metros de la orilla, se realizó en 1968.
Al Ayuntamiento de Santa Cruz le salía demasiado caro cubrir el casi kilómetro y medio de longitud que adquirió la nueva playa con el tipo de arena volcánica que había hasta entonces, dado el elevado coste de esta por su escasez. Para regenerar y acondicionar la zona, resultaba más económico importar la tierra del desierto del Sáhara Occidental –que entonces era colonia española–, por lo que el consistorio chicharrero decidió comprar arena blanca de la zona saharaui de El Aaiún.
El traslado
En 1971, el Ayuntamiento solicitó al Banco de Crédito Local 50 millones de pesetas para adquirir el material. Se anunció entonces que un total de 150.000 metros cúbicos de arena (270.000 toneladas aproximadamente) llegarían en breve a Las Teresitas. En total, se transportaron cinco millones de sacos de arena rubia a bordo del barco Gopegui, de la compañía Fosfatos de Bucraa. Los trabajos de vertido sobre la playa se realizaron durante los seis primeros meses de 1973.
Finalmente, el 15 de junio de ese mismo año, la Playa de Las Teresitas se abrió al público. "Al principio, la gente tenía miedo de pisar la arena nueva, porque en ella había escorpiones, hormigas rojas, cigarrones y alacranes, que los niños ponían en las cañas de pescar y con ellos asustaban a la gente", apunta Francisca Melián, vecina de San Andrés. Según afirma, "el pueblo nunca ha aceptado la transformación que se hizo de la playa, porque la original era preciosa y natural, pero nuestras opiniones nunca se tuvieron en cuenta".
El acantilado que rodeaba la costa hasta hace 40 años resguardaba la playa del viento de Las Teresitas que tanto critican los chicharreros en la actualidad. Sin embargo, la expansión de la costa implicó recortar el barranco, de manera que las corrientes soplan ahora aún con más fuerza que antes. Esto implica que, a pesar de que la escollera minimiza la acción del oleaje y con ello aminora la movilidad de los arenales, el viento levanta y arrastra muy frecuentemente los granos adentrándolos hacia el mar. Al impedir la escollera y los espigones que la fuerza del mar devuelva la arena a la zona de tierra firme, el escalón sumergido en el agua va alcanzando paulatinamente el nivel de la orilla, de manera que la cantidad de arena blanca en el espacio seco de la playa va mermando paulatinamente.
El problema
Este problema podría haberse evitado si se hubiese apostado por un tipo de arena de grano más grueso, ya que en ese caso se habría minimizado e incluso anulado la influencia del viento en la dinámica de estos arenales. La tierra negra original de Las Teresitas era de un grano mucho mayor que el actual y estaba integrada por minerales más pesados que los vertidos posteriormente en su superficie –cuarzo, anortita, calcita, sericita y hematites–, por lo que resistían mejor a la acción del viento.
Cuando en 1973 el Ayuntamiento de Santa Cruz decidió apostar por la arena del Sáhara para cubrir Las Teresitas –más atractiva para el turismo y para su uso lúdico–, los responsables ya sabían que este tipo de tierra no posee el suficiente peso como para resistir a las corrientes. Sin embargo, a la hora de elegir el nuevo sustrato primaron las razones económicas, dado el elevado coste de la arena negra respecto de la tierra de El Aaiún.
Así lo reconoció el entonces alcalde, De Loño Pérez, quien declaró: "Siento no disponer de medios taumatúrgicos para poder dotar a la playa de la arena que requiere y hemos de conformarnos con las posibilidades que tenemos y aceptar los inconvenientes, ajenos a los deseos del Ayuntamiento".
La acción de la lluvia en la movilidad de estos arenales es prácticamente nula, puesto que las precipitaciones en la zona de San Andrés son muy escasas y débiles. Sin embargo, otro factor condicionante es la acción humana. Se trata de una playa muy concurrida durante todo el año donde existe una continuada acción de limpieza y explanación de las arenas superficiales por parte de los operarios del Ayuntamiento de Santa Cruz, mediante palas mecánicas niveladoras que recubren con la tierra existente aquellas zonas donde empieza a aflorar el sustrato anterior, pero sin realizar nuevos aportes arenosos a la playa. Como consecuencia, Las Teresitas va perdiendo arena día a día desde que se llevara a cabo el recubrimiento de la playa en el año 73.
Más toneladas
En 1998, 25 años después de reconstrucción de la costa de San Andrés, el Ayuntamiento de Santa Cruz, dirigido entonces por Miguel Zerolo, decide reponer la arena para sufragar las pérdidas que se habían producido hasta el momento. La playa volvió a regenerarse con otras 2.800 toneladas importadas de nuevo desde el Sáhara, que costaron 400 millones de pesetas. Los trabajos duraron siete meses, hasta noviembre de 1998.
Desde entonces, las opiniones se dividen entre los más nostálgicos, como Miguel Jorge Expósito, quienes consideran que con la nueva obra "se ha destrozado la playa"; y los que piensan, como Antonio López, que "la zona ha mejorado considerablemente, a falta de rehabilitar las infraestructuras para los bañistas".
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