La supervivencia de las carboneras
El Gobierno canario busca una utilidad para las naves de Valleseco tras salvarlas del derrumbe por su gran valor histórico
ALBA BLANCO (La Opinión) La costa de Valleseco fue conocida por sus buenas condiciones para el
desembarco desde los orígenes de la capital tinerfeña. Desde mediados
del siglo XIX, el puerto, debido a su posición privilegiada en el
tráfico de mercancías, se convirtió en una de las mayores estaciones de
carbón de todo el mundo. Tras años de lucha por los vecinos, su valor
histórico llevó al Ayuntamiento de Santa Cruz a catalogar las naves y el
muelle en 1990 como Bien de Interés Cultural en la categoría de Sitio
Histórico, lo que implica el máximo de protección patrimonial.
El
Gobierno de Canarias se sumó al reconocimiento el pasado mes de
noviembre. De este modo, el Ejecutivo autónomo ha salvado a las
carboneras del inminente derrumbe al que iban a verse sometidas como
parte del proyecto de reconstrucción de la zona costera de Valleseco,
denominado Sol y Sombra, de los arquitectos Joaquín Casariego y Elsa
Guerra.
La propuesta original, que ganó el concurso de ideas
celebrado en 2005, contemplaba la sustitución de las naves por una
piscina, ya que consideraba que las construcciones dificultaban la
visión del mar e impedían la continuación de la zona de baño. Ahora solo
le queda designar la utilidad que tendrán desde hoy el muelle y las dos
de las tres naves que aún quedan en pie.
El conjunto formado por
el varadero y los almacenes perteneció a principios del siglo XX a las
empresas privadas Depósitos de Carbones de Tenerife y Cory Brothers and
Company, encargadas de la gestión y el suministro de carbón en la Isla y
que se asentaron previamente en la playa de Santa Cruz. Debido a las
molestias que acarreaban las labores vinculadas al carbón para los
vecinos, una de las compañías tuvo que desplazarse hasta Valleseco en
1876. Aquí se construyeron entonces el muelle y las naves carboneras con
capacidad para 5.000 toneladas de mineral.
Los almacenes de
carbón se levantaron sobre una explanada de 56 por 36 metros. Al
principio había tres naves, hasta que, a finales de los años 90, una de
ellas tuvo que derrumbarse para poder construir la vía interior del
Puerto. Cada una de ellas mide 16 metros de largo y nueve de altura, y
la cubierta es de chapas onduladas de hierro.
El muelle medía en
total 80,80 metros de largo por 6,50 de ancho y seis metros de alto. En
la actualidad, desde el muro de arranque hasta la orilla de la pleamar
permanece enterrado. La segunda parte está formada por tubos de hierro
asentados sobre una capa de hormigón, mientras que la tercera está hecha
de mampostería con pilotes de madera.
Para unir las naves con el
muelle, existía un terraplén de 10 metros –que aún se mantiene–, donde
estaban instaladas las vías férreas para el transporte de las
mercancías. Los raíles recorrían todo el varadero e incluso entraban en
los tres almacenes y en la caseta de maquinarias, que se ubicaba fuera
del complejo, en terrenos de propiedad particular.
El primer barco
de vapor que rellenó carboneras el 7 de enero de 1837 fue el Atalanta,
dos meses más tarde arribó su gemelo el Berenice y, ese mismo año, se le
proporcionó combustible al Lusitania, el primer crucero de turismo que
vino a las Islas. A partir de este momento, el conjunto se convirtió en
una de las mayores estaciones de carbón del mundo, abastecido con
combustible procedente de Gran Bretaña.
En los primeros tiempos, la
descarga del carbón se efectuaba a mar abierto. Los trabajadores
trasladaban el carbón hasta las gabarras, dejándolo resbalar a través de
planchas de madera. Luego lo llevaban hasta los muelles de las empresas
importadoras, donde las vagonetas, tiradas por mulas, se encargaban de
transportarlo hasta los almacenes de carbón.
Cuando un barco venía
a suministrarse, solicitaba con pitadas largas las toneladas que
necesitaba y entonces, comenzaba la operación inversa: las vagonetas
cargaban el mineral en las bodegas de las gabarras y lo llevaban hasta
la banda de los trasatlánticos donde los trabajadores rellenaban las
carboneras.
Remodelación
Actualmente, las dos naves
pertenecen al Cabildo de Tenerife, quién las mandó remodelar en 1993
para que una de ellas fuera utilizada, junto con el varadero, por la
Escuela Insular de Vela, mientras que la otra fue cedida a la Asociación
de Vecinos de Valleseco. Tras salvarse del derrumbe que contemplaba el
proyecto de reconstrucción, los arquitectos esperan la decisión de la
Administración para reconvertirlo, entre otras opciones, en un
restaurante, un museo naval o un espacio multiservicios.
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