lunes, 8 de abril de 2013

La guardería de los artistas

Una academia del casco enseña a hacer manualidades con arcillas de colores

 

Un dragón, broches, pendientes, capuchinos de Semana Santa, bolas de Navidad o incluso una pamela para la popular fiesta de Tejina decorada con los motivos típicos de este pueblo lagunero. Cualquier cosa puede fabricarse con las manos gracias a Jumping Clay, una academia de manualidades ubicada en el casco de La Laguna en la que mayores y sobre todo niños aprenden a modelar plastilinas de colores. 


Jumping Clay, que significa arcilla que bota, es el nombre del material que se utiliza en este taller para dar rienda suelta a la creatividad. Creado en 1993 en Corea, Jumping Clay motivó el nacimiento de una franquicia que llegó a La Laguna hace cuatro meses de la mano de David Sánchez, un antiguo peluquero con más de 30 años de experiencia que, cansado de su profesión, viajó a Madrid en busca de ideas para su nuevo negocio y descubrió esta cadena que existe también en la capital chicharrera desde hace dos años. "Nada más descubrirlo lo tuve claro, porque me llamó mucho la atención el colorido, que se trata de un trabajo manual y que fomenta la creatividad", explicó Sánchez.


Desde entonces, esta academia ubicada en la calle San Agustín imparte cursos a diario con tres monitores y un máximo de diez niños de entre cuatro y 12 años. Las clases duran una hora y tienen un coste de 28 euros para el bono mensual de una clase por semana. Además se dan talleres monográficos los viernes, sábados y domingos por un precio de ocho euros la hora y clases extraescolares en colegios y centros educativos. 


Esta arcilla de plástico tiene la particularidad de estar hecha a base de agua, de manera que no es tóxica, se seca al aire, no mancha, es suave al tacto, no se cuartea y bota. Jumping Clay se fabrica en ocho colores, que los niños aprenden a mezclar durante las clases para obtener el resto de los tonos. Además, los alumnos descubren cómo manipular esta especie de plastilina para conseguir unas figuras básicas que les permiten construir posteriormente cualquier objeto. Según Sánchez, "lo mejor es que los niños se llevan a casa sus propias figuras y las pueden conservar para siempre porque no se deterioran". 


El secreto de Jumping Clay está, no solo en la facilidad que ofrece el material para ser manipulado y lo llamativos que resultan sus colores, sino en que tiene efectos terapéuticos, ya que promueve la relajación, la creatividad, la concentración, la autoestima y el gusto por el arte tanto en mayores como en pequeños, ya que los talleres también son aptos para adultos. 


"Nuestro próximo objetivo es hacer clases especializadas para niños de dos años, para que puedan desarrollar la psicomotricidad", explica el propietario de la academia y añade que "hemos organizado cursos familiares para madres con sus hijos que han sido un éxito, como el del Día de la Mujer Trabajadora, en el que tuvieron que hacer broches con sus propias caras". 


Jumping Clay no es solo una academia. Muchas veces sirve como una pequeña guardería en la que los padres dejan a sus hijos para que aprendan y pasen un buen rato mientras ellos están ocupados. De hecho, en Semana Santa, cuando los colegios permanecieron cerrados en días laborables, la franquicia ofertó cursos extra para los padres que no podían hacerse cargo de los niños. "Construyen lo que les proponemos y mientras, les ponemos películas, bailamos, cantamos o les enseñamos cosas sobre el tema que estemos tratando", indica el dueño.


Una vez que los niños han recibido de dos a tres clases, suelen comprar la arcilla –que cuesta 2,30 euros por 50 gramos– para fabricar sus creaciones en casa. También se venden paquetes con varios colores y un manual de instrucciones para construir una figura determinada. "La mayoría de los alumnos repiten y acaban haciendo objetos maravillosos que se inventan ellos solos", concluye Sánchez.


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