LA LAGUNA (La Opinión) El barranco de Santos, a su paso por el barrio de La Candelaria fue en su día centro neurálgico de la zona. Hoy, desperdicios y basura se amontonan en las laderas de sus montañas, suscitando la nostalgia de quienes, algún día jugaron, trabajaron y vivieron en este lugar.
La historia del barranco centró ayer la ruta guiada que los mayores de La Candelaria realizaron por las calles del barrio, coordinados por el profesor de Geografía Humana de la universidad de La Laguna, Vicente Zapata. La actividad forma parte del tercer día del ciclo Temas clave para barrios en movimiento, que aún se prolongará durante los dos próximos lunes del mes, dentro de la iniciativa Vecinos al proyecto.
El barrio lagunero de la Candelaria se enmarca hoy en torno a dos puntos clave de La Cuesta: la carretera general que une La Laguna con Santa Cruz, y el barranco de Santos. En este último desemboca lo que en su día fue la finca de El Becerril, que dio nombre antiguamente al barrio.
La idea de los vecinos es construir un paseo alrededor de estos dos puntos, ya que los peatones carecen de un lugar donde poder caminar a sus anchas.
Entre esos dos lugares se encuentra la plaza del Tranvía, que ha permanecido en ese mismo lugar desde los orígenes del barrio. Un barrio que nació desestructurado en torno a lo que hoy es el mirador del barranco, restaurado recientemente con fondos municipales. A partir de este lugar, comenzaron a construirse las calles, que fueron numeradas partiendo del cero. Hoy ofrece unas vistas fabulosas a las laderas del barranco, un lugar abandonado que ha perdido la vida que tenía a mediados del siglo pasado, cuando surgió La Candelaria.
En aquella época, una enorme cascada bañaba la montaña, cuyo agua desembocaba en la charca y la presa en las que murieron ahogados varios vecinos.
Eran tiempos en los que las mujeres aprovechaban la corriente para bajar a lavar su ropa, el único uso del que disfrutaban los vecinos, pues era utilizada para regar las plantaciones de algodón, alfalfa y tomates de la finca de El Becerril. Tan sólo tres aguadores aprovechaban el recurso para hacer negocio con su venta.
Cabras y ovejas pastaban a sus anchas, mientras que varios camellos majoreros cargaban el picón y la arena extraídos de la montaña con los que se construirían las viviendas. También los niños trepaban la montaña en busca de cardones secos con los que las madres harían el potaje.
El barranco de Santos es, además, la mayor necrópolis aborigen encontrada en la Isla. Los restos de los guanches se conservan actualmente en el Museo de la Naturaleza y el Hombre, del Cabildo tinerfeño. Hasta sesenta cráneos fueron extraídos de una misma cueva cuando todavía habitaban familias en las laderas de este accidente geográfico que nace en La Laguna y desemboca en Santa Cruz.
A la zona vinieron a vivir vecinos de La Esperanza e incluso de Tejina, quienes debían ganarse la vida pidiendo limosna. Sus casas eran muy pobres, cuevas excavadas en la ladera de la montaña que aún hoy persisten, no como viviendas, sino como refugio de perros de caza y otros animales.
Actualmente, al situarse a las afueras del casco urbano son los propios vecinos quienes maltratan el barranco arrojando basuras y desperdicios a su cauce. Tras haber reformado la zona del tranvía, la plaza y el mirador, el barranco de Santos centra ahora la atención de la iniciativa Vecinos al proyecto, quienes pretenden rescatarlo del estado de marginalidad a la que se ve condenado en estos tiempos.
La historia del barranco centró ayer la ruta guiada que los mayores de La Candelaria realizaron por las calles del barrio, coordinados por el profesor de Geografía Humana de la universidad de La Laguna, Vicente Zapata. La actividad forma parte del tercer día del ciclo Temas clave para barrios en movimiento, que aún se prolongará durante los dos próximos lunes del mes, dentro de la iniciativa Vecinos al proyecto.
El barrio lagunero de la Candelaria se enmarca hoy en torno a dos puntos clave de La Cuesta: la carretera general que une La Laguna con Santa Cruz, y el barranco de Santos. En este último desemboca lo que en su día fue la finca de El Becerril, que dio nombre antiguamente al barrio.
La idea de los vecinos es construir un paseo alrededor de estos dos puntos, ya que los peatones carecen de un lugar donde poder caminar a sus anchas.
Entre esos dos lugares se encuentra la plaza del Tranvía, que ha permanecido en ese mismo lugar desde los orígenes del barrio. Un barrio que nació desestructurado en torno a lo que hoy es el mirador del barranco, restaurado recientemente con fondos municipales. A partir de este lugar, comenzaron a construirse las calles, que fueron numeradas partiendo del cero. Hoy ofrece unas vistas fabulosas a las laderas del barranco, un lugar abandonado que ha perdido la vida que tenía a mediados del siglo pasado, cuando surgió La Candelaria.
En aquella época, una enorme cascada bañaba la montaña, cuyo agua desembocaba en la charca y la presa en las que murieron ahogados varios vecinos.
Eran tiempos en los que las mujeres aprovechaban la corriente para bajar a lavar su ropa, el único uso del que disfrutaban los vecinos, pues era utilizada para regar las plantaciones de algodón, alfalfa y tomates de la finca de El Becerril. Tan sólo tres aguadores aprovechaban el recurso para hacer negocio con su venta.
Cabras y ovejas pastaban a sus anchas, mientras que varios camellos majoreros cargaban el picón y la arena extraídos de la montaña con los que se construirían las viviendas. También los niños trepaban la montaña en busca de cardones secos con los que las madres harían el potaje.
El barranco de Santos es, además, la mayor necrópolis aborigen encontrada en la Isla. Los restos de los guanches se conservan actualmente en el Museo de la Naturaleza y el Hombre, del Cabildo tinerfeño. Hasta sesenta cráneos fueron extraídos de una misma cueva cuando todavía habitaban familias en las laderas de este accidente geográfico que nace en La Laguna y desemboca en Santa Cruz.
A la zona vinieron a vivir vecinos de La Esperanza e incluso de Tejina, quienes debían ganarse la vida pidiendo limosna. Sus casas eran muy pobres, cuevas excavadas en la ladera de la montaña que aún hoy persisten, no como viviendas, sino como refugio de perros de caza y otros animales.
Actualmente, al situarse a las afueras del casco urbano son los propios vecinos quienes maltratan el barranco arrojando basuras y desperdicios a su cauce. Tras haber reformado la zona del tranvía, la plaza y el mirador, el barranco de Santos centra ahora la atención de la iniciativa Vecinos al proyecto, quienes pretenden rescatarlo del estado de marginalidad a la que se ve condenado en estos tiempos.
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