lunes, 28 de noviembre de 2011

El maestro de Princesa Ibaya

LA LAGUNA El lagunero Antonio Jiménez tarda 40 segundos en dar forma, a partir de un pegote de barro, al brazo de una figura del belén de 13 centímetros. Así comenzó a trabajar en la artesanía con solo 13 años. Ahora tiene 82 y el pasado martes fue galardonado con el Premio a toda una vida del Cabildo de Tenerife, junto a otros 14 artesanos más, con el que se muestra profundamente agradecido.

Antonio nació en Granada, donde comenzó su formación como artesano a través de diferentes talleres gremiales. Empezó manejando el barro como aprendiz en el taller del escultor Benito Barbero. A los 14 años comenzó a compaginar su formación en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Granada con su trabajo en el taller de Nicolás Prados López. A través de estos dos artistas, Antonio adquirió los conocimientos necesarios para dedicarse a cualquiera de los 13 oficios de artesanía. Es por ello que se define como maestro artesano.

Ante la abundancia de trabajo en Tenerife a mitad del siglo pasado, se vino recién casado a la Isla en 1956. Aquí tuvo a sus tres hijos, dos de ellos gemelos y continuadores de la labor de su padre.
Aquí comenzó a trabajar en el taller de un familiar de su esposa, descendiente de artesanos, en la actual calle Sabino Berthelot de Santa Cruz. Al año se independizó y abrió su propio local en la calle Santa Rosa de Lima. Allí trabajo durante 15 años, tras los cuales se trasladó definitivamente a la urbanización Princesa Ibaya de La Cuesta, muy cerca de su casa, donde aún conserva su taller.

Allí se pude encontrar de todo, adosado a sus altas paredes: relojes, placas de matrícula, sombreros de mimbre, figuras de madera y hasta máscaras. Pero, sin duda, lo que Antonio más orgulloso muestra es una colección de cuchillos y pequeños muebles elaborados a través de la técnica de la tarecea, un método extinguido en Canarias desde hacía 200 años, que consiste en la colocación y el pulido de diferentes tipos de piezas de madera hasta formar una superficie lisa y con aspecto de mosaico.
Antonio regresó a Granada para aprender la taracea andaluza. Al volver a la Isla, aplicó sus conocimientos sobre la técnica según las obras autóctonas construidas a partir de este método que fue visitando, como por ejemplo algunas piezas de la sede del Obispado de La Laguna. Tras 12 años de trabajo, recuperó junto con sus hijos la taracea canaria. Actualmente guarda una serie de figuras modernas exclusivas fabricadas a través de esta técnica ancestral.

Antonio ya no vende ni expone lo que trabaja. Cree que la artesanía ya no se paga como se merece: "En estos tiempos de crisis, la gente si ahorra algo prefiere gastárselo en móviles antes que una obra de arte", opina. Por eso, guarda en su taller todo lo que hace, excepto algunos encargos que aun le solicitan. Según sus palabras, su mayor recompensa es que la gente vaya al taller a contemplar sus obras.

En su día, Jiménez vivió muy gracias a su trabajo. La más importante de sus obras fue la talla de San Juan que atesora la farmacia del Vaticano, una escultura de ébano y marfil en la que invirtió un mes y medio. Nada comparado con los dos años que tardó en moldear los 800 kilos de mármol de la figura de Teobaldo Power de la capital tinerfeña.

De todas las disciplinas que domina, la escultura es su favorita: "Cada figura forma parte de ti. Cuando la terminas y se la llevan te queda una vacío dentro", confiesa emocionado.

Este manufacturero no confía en el futuro de la artesanía, pues piensa que "los alumnos de Bellas Artes aprenden la teoría, pero no el oficio". Para evitarlo, este lagunero de adopción lleva 20 años dando clases de talla de madera en Puerto de la Cruz por cortesía del Ayuntamiento de este municipio, gracias a las que sobrevive. Pero con una diferencia: "No enseño arte, sino un oficio".

Antonio Rodríguez cree que aún le queda mucho por aprender. Resta importancia a lo que hace, que según dice, consiste en "quitar lo que le sobra" a un bloque de madera, piedra o mármol. Ahora mismo trabaja en una colección de piezas de marfil de hasta 2 milímetros y medio de tamaño, que no puede vender por tratarse de un material ilegal. No piensa en abandonar el oficio, pues le sirve de entretenimiento. Disfruta de lo que hace, por eso en el taller no hay ni siquiera una radio: "Me gusta escuchar el sonido del torno", asegura el maestro.

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