miércoles, 16 de noviembre de 2011

Los misterios del Cristo y del patrimonio, al descubierto

LA LAGUNA (La Opinión) El Cristo de La Laguna, la imagen de más devoción de la ciudad, encabeza una lista de efigies aún hoy consideradas milagrosas en el municipio. Esta condición, originada en las últimas décadas del siglo XVI se ha mantenido con el tiempo, como no ha sucedido con muchas otras obras artísticas.

El estudio de dichas obras centró ayer la conferencia Arte y milagros en La Laguna durante el Barroco, ofrecida por Carlos Rodríguez Morales en el salón de actos de la Casa de Ossuna lagunera. El acto inauguró el curso Los patrimonios de La Laguna, que se prolongará durante hoy y mañana en el mismo lugar con un total de seis conferencias que tienen por objetivo resaltar algunos de los ámbitos más destacados del panorama cultural de La Laguna.

Según Carlos Rodríguez, la fama milagrosa de ciertas esculturas y pinturas ha tenido consecuencias artísticas, al ponerse de moda paralelamente el culto y las imágenes.

Durante el Barroco, la presencia de lo milagroso era mucho más habitual que en la actualidad, sobre todo en el arte. Las imágenes aparecían y desaparecían, sudaban, lloraban, se comunicaban con los fieles o les libraban de enfermedades. Este hecho hizo persistir la devoción a unas imágenes frente a otras, como ocurrió con las dos figuras religiosas más importantes de la Isla: la Virgen de Candelaria y el Cristo de La Laguna.

Misterio y milagro son conceptos asociados, de modo que las dudas sobre la antigüedad de una imagen, la forma en que llegó al lugar donde recibe culto o su autoría contribuyen a una mayor consideración de la obra. Como ejemplo, se cree que en la compra del Crucificado del convento franciscano por el Adelantado habría participado un hombre misterioso, y que el Cristo lagunero, la Virgen de Candelaria y la Virgen de la Concepción llegaron a Tenerife traídos por ángeles.

No sólo se atribuían poderes a la propia imagen del Cristo lagunero, sino también a ciertos elementos ligados a su culto, como a los velos que cubrían su nicho o a la primitiva cruz sobre la que se le rendía culto, de la que fueron arrancándose paulatinamente astillas hasta el punto de que su tamaño llegó a reducirse.

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